Por: Cinzia Jessica Luna Paredes
La democracia se ha visto disminuida a nivel global en los últimos años. Según el Democracy Index de The Economist el índice global se redujo un aproximado entre 0.37 y 0.47 entre 2008 y 2021, con un descenso más acelerado entre 2020 y 2021.
Este descenso responde, en general, a medidas restrictivas implementadas durante los primeros años de la pandemia, para evitar contagios. Sin embargo, también obedece al surgimiento de líderes electos democráticamente, pero con ideas no democráticas.
De este último factor, surgen dos adicionales que vulneran la democracia, que no son coyunturales, sino estructurales. Estos son la debilidad institucional y la polarización política.
En 2015, el arribo de Donald Trump a la arena política de Estados Unidos y la global, marcó una nueva etapa mundial en la que el discurso político basado en narrativas polarizantes ha sido la norma. En esta etapa la que la verdad y los datos duros son percibidos como una amenaza y no como un aliado y por este motivo las instituciones que buscan la transparencia y se basan en información e inteligencia, también los son.
Estas narrativas que descartan los datos y exaltan sentimientos han resultado en proceso democráticos intensos, con ofertas políticas confrontadas que contienden por dirigir naciones. De estos procesos democráticos resultan gobiernos con líderes de alta popularidad, pero que priorizan funcionarios leales, por encima de personal de conocimiento especializado y técnico, provocando aparatos de gobierno poco profesionales e ineficientes.
En México y otros países hemos visto como el andamiaje institucional que ha tomado 30 años construir, lucha por mantenerse y avanzar en su labor de proteger y garantizar la estabilidad del Estado. Es recurrente escuchar que se desestiman estas instituciones, entre las cuales existen algunas que han mostrado mayor fortaleza. Estas son los bancos centrales, los servicios de inteligencia y los institutos electorales.
Estas instituciones no están exentas de potenciales mejoras, sin embargo, su profesionalización en las últimas tres décadas les ha permitido convertirse en instituciones de Estado y no de gobierno.
A pesar de este avance la merma de presupuesto, la pérdida de talento y el constante ataque, genera un desgaste que, de mantenerse esta tendencia, terminará por disminuir y desaparecer estas instituciones, dejando vulnerable a los países que viven estos procesos y exponiéndolos a políticas públicas improvisadas.
Si bien este escenario planteado es probable, aún existen mecanismos de contención en el mismo proceso que trajo a estos gobernantes. Aún nos queda la democracia, que se corrige porque los electorados maduran, aprenden a demandar mejor y mejores políticas públicas. Otro punto del Democracy Index es el incremento de la participación ciudadana en la política. Esto desde el punto de vista de la autora es un indicio del proceso de maduración y resiliencia de la democracia.
La permanencia de este tipo de líderes y de estas narrativas adversas a la democracia, que polarizan, será responsabilidad de la sociedad, a la cual nos corresponde demandar mejores gobernantes, mayor transparencia y mejores instituciones. Sólo así este índice podrá recomponerse y la democracia avanzará a ser un sistema dominante no por ser el menos mal, sino por ser el que mejor atiende las demandas de los distintos sectores de la sociedad.