Por: Andrés Rodríguez
En meses anteriores, el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ha desatado y mantenido la polémica sobre la contratación de médicos cubanos para que presten sus servicios en zonas rurales y de difícil acceso en la república. La justificación dada por el presidente señala la falta de médicos especialistas, la falta de doctores en zonas rurales y el supuesto abandono de los médicos y los estudiantes durante la pandemia.
La carrera de medicina siempre ha sido una de las más complicadas para estudiar y para ejercer. Día tras día tienen que lidiar con largas jornadas laborales, escasez de insumos y medicamentos, alta afluencia de pacientes, etc. Y muchos médicos hoy en día se encuentran en búsqueda de plazas en clínicas u hospitales, o intentado conseguir un lugar para poder estudiar una especialidad.
En el año 2020, cuando se disparó el alza de contagios y fallecimientos a causa de la pandemia en el país, para doctores, doctoras, enfermeros, enfermeras, y trabajadores en general de los hospitales y centros de salud, se vieron ante un panorama de extremas complicaciones.
La pandemia desnudó el estado en el que se encuentra el sector médico en México de una forma tajante y, mientras se minorizaban las consecuencias de la enfermedad, las víctimas eran, como siempre, los pacientes y los trabajadores de la salud.
La pandemia desnudó el estado en el que se encuentra el sector médico en México y nos mostró como, aún con todo en contra, los doctores mexicanos han dado y dieron todo de sí para intentar salvar la mayor cantidad de vidas posible; sin insumos, respiradores o equipo de protección personal, poniendo en riesgo su salud y la de sus familias, siendo víctimas de la ignorancia de la gente quienes les arrojaban agua con coloro o los amenazaban en el transporte público o en sus propias casas.
Ciencias de la Salud, carreras para valientes
Uno de los puntos que se mantiene para la contratación de médicos cubanos es el señalamiento de los jóvenes estudiantes de medicina que, se presume, no se mantuvieron prestando su servicio en prácticas o servicio social en las unidades médicas durante el punto crítico de la pandemia.
A continuación, expondré parte de la realidad que es estudiar medicina en México, a partir de entrevistas realizadas a 4 estudiantes de medicina, quienes me pidieron cuidar su anonimato. Nos cuentan algo de lo que pasaron a lo largo de esos difíciles años, en verdad, difíciles años.
Vamos desde el principio, la naturalidad de la carrera. Por su importancia y delicadeza, la carrera de medicina exige que los estudiantes pasen mucho tiempo estudiando fuera de clases. Los temas son amplios y muy complejos, los semestres significan desvelo tras desvelo, tardes, madrugadas y fines de semana entre libros y café.
La presión es intensa, pues todo se maneja acorde al promedio, el orden para poder elegir sus grupos y materias, el orden para elegir las plazas ofrecidas para las prácticas profesionales, el orden para elegir las plazas ofrecidas para el servicio social, la asignación de becas; ninguno se puede permitir un descuido, ya que un descuido significa complicar por completo su trayectoria escolar.
El internado resulta para muchos la peor parte de la carrera, un periodo de un año en el que se realizan prácticas en hospitales, con el objetivo de aplicar la teoría y aprender lo que es realmente el trabajo de campo de la medicina. El problema es que este objetivo se diluye en las exigencias y malos tratos que reciben los Médicos Internos de Pregrado quienes, recordemos, aún son estudiantes.
Y estas prácticas de maltrato muchas veces vienen de los mismos doctores o residentes de especialidades. Hay quienes mantienen e intensifican las pésimas actitudes y la violencia laboral bajo el pretexto de que ellos también habrían sufrido lo mismo en años anteriores.
Nos comenta una doctora egresada de medicina por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM):
“…Llegas ahí para darte cuenta de cómo son las cosas en realidad dentro de los hospitales. No eres nadie en ese lugar. Te desgastas, eres el que más se friega, por todo te regañan, todo es tu culpa. Muchas veces el aprendizaje queda de lado y te preocupas sólo por terminar tus pendientes para poder descansar un poco…”
Sobre el mismo tema nos comparte una doctora egresada del Instituto Politécnico Nacional (IPN):
“…ahí ya ves la medicina en la práctica, todo lo que leíste cobra sentido y es horriblemente pesado. Hay muchísimo trabajo porque los hospitales tienen muchas deficiencias. Es agobiante, cansado, no comes bien ni duermes bien y pagan una burla, es miserable el sueldo y ni se diga de las jerarquías; muy marcadas. Se dice que el interno es el último eslabón y eres mano de obra barata…”
Para realizar el internado, las jornadas de trabajo son de 19 horas seguidas y de 12 horas los fines de semana, más tiempo si las complicaciones las exigen. Los horarios de comida pocas veces son aprovechados y la comida que les ofrecen los hospitales no completa las necesidades alimentarias básicas.
Dentro de las cosas más complicadas del internado, el servicio social y la praxis de la carrera en general, es el trato con algunos pacientes, quienes, en ocasiones, a causa de los largos tiempos de espera, los pesados trámites burocráticos, las malas experiencias y los malestares generales de la enfermedad, pueden ser groseros y complican mucho el que los trabajadores de la salud realicen su trabajo de la forma en que les gustaría.
Desafortunadamente también se ha hecho costumbre entre algunos médicos el postergar esta cadena de malos tratos hacia los estudiantes, bajo “la razón” de que ellos pasaron por lo mismo.
Ya sea que se estudie medicina o enfermería, son carreras difíciles y complicadas, necesitan un extra de dedicación y entrega, además de paciencia y tolerancia.
Pero sí les pagan, ¿no?
Cuando realizamos un trabajo, esperamos recibir un sueldo que dignifique nuestras labores, que nos permita solventar al menos las necesidades básicas diarias. Bueno, este no es un “lujo” que se pueden dar los estudiantes de medicina.
Una doctora del IPN, presentaba su servicio social en Tamala, Hidalgo. El centro de salud al que fue asignada era literalmente su casa, vivía en el centro de salud, en una recámara con agua, luz, cocina y lavadero, todos los demás gastos salían por su cuenta. Daba consulta general de 9am a 3pm y se quedaba el resto del día por si se presentaba alguna urgencia. Así todos los días, con derecho a descansar un fin de semana al mes; todo esto por un año. Con una beca de solo 3 mil pesos al mes.
Una doctora de la UNAM nos cuenta sobre sus residencias: “El horario establecido entre semana era de 7 am a 4 pm del día siguiente y fines de semana de 8 am a 8 am del día siguiente. Aunque casi nunca salías a esa hora, si quedaban cosas pendientes debías quedarte a completarlas y al terminar podías irte. Por ejemplo, mi primera guardia fue de fin de semana y solo éramos 2 MIP1, éramos nuevas en todo y las dos solas, salimos hasta la 1 de la tarde del domingo.”. El apoyo económico que recibía era de aproximadamente 2 mil pesos al mes.
Muchas veces se dice que la educación ha resultado ser “para unos cuántos”, pero no por el hecho de que las buenas escuelas sean las escuelas privadas, sino porque 2 mil o $3 mil pesos mensuales no son suficientes para mantener los gastos básicos, vaya, es menos que el salario mínimo. Entonces resulta indispensable contar con el apoyo económico de la familia, que al menos permita a los estudiantes complementar sus gastos básicos.
En contraste, las becas para Jóvenes Construyendo el Futuro son de $5,258.13 y cuentan con un seguro médico contra enfermedades, maternidad y riesgos de trabajo.
¿Quién abandonó a quién?
Cuando la crisis de salud por la pandemia detonó en el país, brotó un caos natural en los hospitales y claro, tanto trabajadores como estudiantes fueron los primeros en sufrir las consecuencias. La falta de información, medicamentos, equipos respiradores complicaba mucho los tratamientos, pero lo más grave era la falta de equipo de protección para los trabajadores de la salud.
Con poco equipo de protección, los contagios lograron adentrarse entre doctoras, doctores, enfermeros, enfermeras, paramédicos, personal de limpieza, etc. Pero, ¿Y los estudiantes que prestaban sus prácticas o su servicio social?
“…a veces apenas nos tocaba de a un cubrebocas, pero no de los N95, teníamos de los del diario y unos guantes, ese era nuestro “equipo de protección”. Además, nos tenían en un principio atendiendo a los casos sospechosos, que casi todos resultaban ser positivos. Estábamos en riesgo no solo nosotros, mi mayor temor era llegar a contagiar a mis papás o a mis hermanos, a veces lloraba por este miedo. Me aislé por completo y era difícil mantener todo desinfectado para tratar de sentirme un poco más “tranquila”. Por suerte nos regresaron a casa antes de que me contagiara, si no, seguramente hubiera contagiado a mi familia…”
“Imagínate, la gente, aunque se cuidara llegaba a contagiarse, nosotros estábamos expuestos todos los días, directamente, frente a los contagiados. Veías personas morir todos los días, sin importar si eran personas mayores, jóvenes, hombres, mujeres, quienes fueran. Se contagiaban los doctores que usaban el traje de protección y a quienes no nos daban más que los cubrebocas, a veces uno cada dos o tres días, los guantes y una careta, pues teníamos aún más probabilidad de contagiarnos…”
“Por fortuna no me contagié y cuando nos regresaron a nuestras casas en verdad sentí un grandísimo alivio. Tenía a veces problemas para llegar al hospital porque como 4 o 5 veces no me quiso subir la micro, y los taxis de plano no te subían. Me iba con mi ropa normal y ya llegaba a cambiarme al hospital, también tenía que dar direcciones cercanas al hospital, porque si les decía que iba al hospital, no iban. Aparte, supe del caso de tres compañeros a quienes los primeros días después de que nos estaban regresando, los obligaron a seguir yendo, se enfermaron y por desgracia uno de ellos falleció.”
“…hubo un interno, no lo conocí, que lo expusieron en urgencias, se puso grave y lo obligaron a asistir así a su guardia, se puso peor y terminó falleciendo.”
Son algunas de las experiencias que pudimos recabar con respecto a la situación inicial de la pandemia y los estudiantes de medicina que presentaban sus internados o su servicio social.
Podemos ver que no, los estudiantes no se fueron a sus casas por falta de compromiso o de “vocación”, se fueron en primer lugar porque así lo determinaron las instituciones educativas (de lo contrario, yo creo que hubieran continuado), después porque no les proporcionaban el equipo de protección adecuado, porque arriesgaban su vida y la de sus familiares y porque ellos resultaban los más expuestos a los contagios, finalmente porque la beca de $2,000 o $3,000 no vale el riesgo de su vida y la de sus familiares.
En este último punto quiero enfatizar que, en contraste, las becas para Jóvenes Construyendo el Futuro son de $5,258.13 y un seguro médico contra enfermedades, maternidad y riesgos de trabajo.
No se puede decir que los trabajadores de la salud y que los estudiantes “abandonaron” al país cuando se les necesitaba en la pandemia, porque hace mucho tiempo que el sector médico y en especial los estudiantes han estado y están dando todo de sí para alcanzar un sueño y la realidad del desamparo del estado siempre les da una bofetada de amargo rezago y abandono.