Una mentira que diga la verdad

Por: Diego Camacho Aquiahuatl

Sucede que hace unos días salió un libro con textos inéditos de Rulfo. Un libro más para nuestra colección siempre inacabada del odioso Chachino. A Rulfo lo descubrimos ambos: una tarde acostados en Juan Aldama XVI. Fue una carta anticapitalista del jalisciense lo que selló esta bendita filia nuestra.

Sucede que Rulfo se volvió un personaje en nuestras vidas: imaginábamos las cartas a manera de respuesta por parte de Clara. Imaginábamos un pequeño radio conectado con el más allá donde respondía a nuestro llamado. Nos contaba de sus dolores de estómago y sus viajes a los pueblos profundos y a las pirámides. Imaginábamos que en nuestras noches caóticas entraba en tus sueños para aconsejarnos. Imaginábamos una serie animada sobre su vida, más profunda y vertiginosa que la serie de cualquier héroe popular mexicano.  

Sucede que teníamos discusiones sobre su obra no acabada. La novela aparentemente quemada. Te decía: “era una novela de amor”. Porque, siguiendo la propuesta de Cristina Rivera Garza sobre el hecho incontrovertible que cada quien tiene su Rulfo, me imaginaba un Rulfo complaciente, enamorado de la vida campestre. Enamorado de sus hijos y de su esposa así como del aire de las colinas. Un Rulfo que ya no escribía sobre la tragedia humana. Un Rulfo retirado de la sordidez humana. Un Rulfo refugiado en la contemplación de la naturaleza, su siempre amada. Tú me negabas esta idea mientras tomabas pequeños sorbos de mezcal. Tenías razón:

“La cordillera son los atajos de mulas que hacían el servicio de carga y de relaciones públicas antes de que existieran las comunicaciones. Salían los atajos de Guadalajara hacia Colima, o dijéramos Guanajuato, o dijéramos Morelia, por los caminos reales. Todos salían a la misma hora, las cinco de la mañana, e iban juntos para evitar asaltos. Iban haciendo escala en cada pueblo por el camino real. La cadena de pueblos se llamaba así, la cordillera. Mi narración es la historia de un pueblo que fue próspero debido a la cordillera: había dinero, parroquia, muchos establecimientos del clero. Ejutla fue muy rico en una época, el centro de la que iba a Espuchimilco. Pero se trata de la historia del poblado a través de una familia”.

Sucede que, afortunadamente, nuestra colección siempre estará inacabada. Larga vida al odioso Chachino. Sucede, sucede… ¿sucede? Que este texto no intenta ser una verdad; quiere ser una mentira que diga la verdad. Una mentira verdadera que me permita estar contigo en la eternidad de la ficción.

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